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DON FARIAS

Iba desandando la huella que estaba medio olvidada, que ahora se usaba sólo para andar de a caballo. Las dos ruedas izquierdas transitaban cómodas mientras que las derechas iban más a los saltos tratando de revivir lo que antes fue un camino.
Había llovido no hace mucho entonces el polvo no se desordenaba por detrás del furgón, yo iba atento a no pisar ninguna chupa sangre y con la pera por delante del volante podía distinguir algunos coirones y neneos largos que raspaban y racaban la panza del vehículo. Como andaba sin auxilio ni crique como para cambiar una rueda, iba con los ojos bien abiertos esquivando piedras puntudas, ramas espinosas, cuevas de piche y rastros de algún recorredor cumpliendo su trabajo, o tranqueando el vicio del silencio hondo tratando de hacer más corta la corta tarde de julio que se aplastaba en un cielo plomo de viento sereno que tomaba carrera de lejos allá sobre el otro faldeo y que todavía no me alcanzaba.
Eran las 4 pero ya no había sol, el frío me penetraba aún estando dentro de Hedonía, mi furgón, endureciendo los dedos poniendo dura la piel, pinchudos los poros, las ventanas se empañaban con mi respiración y yo no se bien donde iba, quería ir para el este y terminé en un camino que creía que era vecinal aunque hacía como 3 horas que yo no me cruzaba ningún vecino.
En eso, cuando la esperanza iba tomando el color del cielo sobre el lomo del cerro veo un gaucho montado a un alazán. Vestía una campera que alguna vez fue negra, que no se si el sol o el frío le dejó los hombros grises, que hace mucho tuvo cierre que ahora se cerraba con coraje, bombacha de campo de corderoi medio amarronada, tremendamente usada y botas de suela cuarteada del tiempo. Me levanta el rebenque y al mismo tiempo baja la cabeza saludando de lejos y sin dejar de mirar. Por dentro pienso lo que él piensa, entonces freno, quiero saber a dónde llego si sigo por acá.
Cuando el alazán enfila su cogote de frente a mí, la imagen gauchezca toma más vida, puedo mirar en detalle antes que él se de cuenta. Su cabeza, escondida bajo un sombrero de ala doblada por el viento de no sé dónde, con una barba afeitada al tacto con agua fría que se le anima en un acto de hombría al bigote tupido aclareado de tanto pitar. Arrugas en la mirada de tanto fruncir el ceño para que el frío no se le meta por la cara como para curtir un poco más la vida, casi todos los dientes, un pañuelo muy rojo y camisa de cuello gastado.

¿Cómo anda Don?, me vendrían bien sus guantes de guanaco;
le digo queriendo ser lo más amable posible, queriendo hacerme del palo, el entendido, el casi tan sufrido como él. como queriendo hacerle ver lo suertudo que era por tener esa tarde de julio algo para abrigar lo último que podría verse de su piel.

- Se los vendo, que mierda. Dice, siendo más guapo que cualquiera.

Nos dividía un alambre de seis hilos y unos 6 metros. El desmonta, agarra las riendas de un caballo que nunca se iría porque ramonea cardo seco. Un perro jadea al costado y el baqueano lo calla aunque el animal no ha ladrado mientras afirma su torso que todavia no se si es panzón al poste y al mismo tiempo cuelga el taco de su bota sobre el primer hilo del alambre metiendo la mano por donde tendría que haber un cierre tanteando el bolsillo de la camisa y acto seguido sacando un paquete de cigarros arrugado. Deja colgando uno sobre la punta de sus labios haciendo equilibrio cosa que lo obliga a hablar todavía más cerrado. Agita el paquete, lo golpea contra la otra mano y extiende el brazo como ofertando sin decir nada, asumiendo que por ser hombre, fumo.

-Gracias Don, no le hago al humo pero un gusto de todos modos. Contin, de Bariloche.
Le respondo tendiendole la mano

Farías, de Laguna Seca.
“Seca tiene las manos “ ,pienso para mis adentros, que estaban rojas por el frío e hinchadas del trabajo. No podía verle los nudillos pero apretaban como si tuvieran que pechar un carro.

Sabe usted dónde llego si sigo Don Farías?

-Si uste’ sigue va a llegar al mallín aquí a menos de una legua y sobre su izquierda está el puesto donde vivo.

- Tiene problema si estaciono el furgón para dormir ahí y mañana cuando aclare sigo viaje? ya es tarde y no quiero quedar tirado.

No compañero, justo ayer carnie un consumo asique hay carne y papa.

Asique ahí nomás montamos, él su Alazán y yo a Hedonia y fuimos para el puesto.

Don Farías tomó la cortada asique cuando llegue el Alazán ya se revolcaba en su libertad todo sudado y rodaba por el corral polvoriento, se sacudía y caminaba hacia el ojo de agua a reponer lo perdido.

El viejo se reía y decía “bicho e mierda, siempre hace lo mesmo después lo tengo que andar lavando”

Sobre el escalón del rancho zapatea para quitarse el barro, yo lo copio y entramos a una cocina oscura y cálida que tenía una ventana de chapa donde el ocaso mostraba sus formas.
Colgó la campera y el sombrero, le quedaba un chaleco tejido del mismo color que las bombachas, y cuando por ahí se agacha para sacar el tarro de yerba de por atrás se asomaba un facón largo cruzado por un cinturón viejo y tirante. Se puso el tarro bajo el brazo y comenzó a meter yerba a un mate de lata que se llenó con media cucharada.

Agarró un palo de abajo de la cocina a leña que todavía guardaba calor y brasa para reavivar el fuego, espantó al gato pardo que dormía en el leñero y nunca supe que le dijo, era como un dialecto hombre-gato que no pude distinguir.
Sobre la cocina había pavas que nunca supieron lo que es estar vacías y de ellas cebo el primer mate, lo bailó en la boca, hizo un gesto y lo escupió en la pileta. Alzó la vista, miró un reloj que yo ya no le veía las agujas y lo único que dijo fue.

-”Los comunicados”

Asique dio dos pasos hasta el rincón, sacó dos pilas que se calentaban sobre la cocina, se las puso a la radio, la prendió y un señor ya hablaba, no lo había esperado, se escuchaba casi claro, se sentó en un tocón de leña, me ofreció la única silla de plástico que aún así había sido arreglada, puso la pava entre las patas y sobre el piso, dejó la vista en la ventana, quieta, prendió un cigarro de memoria como todos los días a las 6 y no dijo nada.

En Patagonia las distancias son tan grandes que no se miden, no hay recepción de teléfono, nunca hubo, con suerte alguno tiene un cerro más alto que los del resto y con eso caza alguna linea para recibir un mensaje de texto pero difícilmente pase esto por esta zona de mesetas y piedras.
Según me comentó después Don Farías esta es la forma de saber qué pasa. La gente deja un mensaje en la radio y entonces los que viven en el campo todos los días a las 12 del mediodía y a las seis de la tarde pueden escuchar el comunicado.

“A Horacio Quiliaqueo de Cerro Mesa que su familia está bien y le envían saludos”
“A Ramón Espinoza de Pampa Abajo que su patrón dice que le tenga las ovejas madres encerradas el jueves 21”
“A Hilario Díaz de Cañadón Viejo que su mamá ya está mejorando pero sigue en el hospital”
“Quitrilpán comunica que se le escapó una punta de 40 chivas con señal en cruz oreja izquierda, si alguien las ve den aviso”

Y así durante veinte minutos, en un tono pausado, monótono, lento.

Farías asiente con la cabeza cada vez que termina un comunicado, echa humo que va dando vueltas y no se aleja. No le molesta, no entiendo como no le molesta.

Por ahi, hace gestos, tonos de dos letras, mm jhm! cortos, acortados y la ceniza del cigarro se va haciendo curva porque no encuentra cenicero.

Pasan los ratos, ya es de noche, hay un farol a gas que mas que luz nos da sombra en la mitad de la cara. Se nota que sólo lo prende en ocasiones especiales como esta y también el ruido de una olla que no pisa parejo en la cocina que con el calor se mueve como si hubieran fantasmas.
Con Don Farías hablé mucho más contra el alambre que en su casa.
Son las 8 y ya estamos cenando, el plato es de lata y no puedo tocarlo de lo caliente, hay unas tortas fritas duras, no hay vasos, tampoco agua. Por ahi muerdo una papa del guiso y me sale el bramido, se me caen las lágrimas, la hago bailar por la boca y en un acto de valentía la trago y quema, abre huella como el furgón esta tarde, la siento en la panza como una brasa caliente. Él come como si estuviera tibio, los bigotes flotan en la cuchara. Hace ruido, mastica torcido, sopla un hueso, lo deja sobre la mesa sin mantel.

Qué andaba haciendo esta tarde Don?

Recorriendo dice y se detiene como a pensar que hizo mientras arugaba con su puño grande el paquete de cigarros ya vacío. Revisando las trampas pa’ ver si agarraba algún zorro o león. Vi rastro la semana pasada pero el bicho le pasó por al lado el muy desgraciado y no lo agarró.
Por suerte no anduvo matando porque ahí sí que hubiera quedao la cagada. Debe andar de paso nomá.
Dice, tranquilo, entrecortado como el señor de la radio. Mitad silencio mitad voz.
Trato de entender lo que dice pero sobre todo trato de entender lo que no dice, es ahí dónde hay mucho más, es por eso el silencio, es la parte donde cada uno hace su historia, cuenta su relato, miente sin decir mentiras.
Yo me imagino una riña entre él y el león, rodando por la estepa, diciendo “morite bicho e mierda, morite” mientras saca su cuchillo de la cintura y no sé como es en realidad porque termina antes que yo de comer y no me espera, se levanta y ahora ya mas duro, medio rengueando se despide y se va a dormir.

Yo me quedo sólo, a la radio hace rato que se le acabó la pila.
Estoy con muchas ganas de saber más acerca de cómo vive Farías, si tiene familia en el pueblo, si la tuvo, si la extraña, si lo extraña alguien, si le dan miedo los leones, si le da miedo algo.
Si se siente solo. Si siente.

Si vive porque le tocó estar vivo o a veces sueña.

Estar solo ahí me incomoda entonces me voy al furgón.
Hace tanto frío.
Quedo boca arriba con la nariz dentro de la manta con la vista en algún lugar y pienso que en Patagonia es mucho más fácil ver que decir.

AL OTRO DÍA
me levanté más o menos temprano. No llegaban a ser las ocho, de mi boca se desprendía vapor, al teléfono se le descargó la batería con el frío y la alarma nunca sonó. Con mi puño hice un circulo en la ventana que daba a la casa y ví que los postes del corral que la noche anterior sostenían el recado de Don Farías estaban sin nada. Por un lado me dio alivio y por otro culpa.

Quise dormitar un poco más pero las ganas de hacer pis me sacaron del furgón. El día estaba de nuevo con nubes, el sol con pereza comenzaba a alumbrar la loma y en el saucedal un charco se había escarchado un poco y a unos metros estaba el perro de Farías atado con una cadena y alambre momento en dónde descubrí que no era perro, que era una perra que estaba parida y al mismo tiempo por debajo de una chapa oxidada salían cachorros a ladrar como si yo fuera a robar. Toreaban y su cuerpo temblaba, peluditos de ojitos celestes los border collie eran más malos que su madre que estaba echada con la cabeza entre las patas y los ojitos entreabiertos.

Mee atrás del árbol contra el corral, porque no sé si había baño. Caminé a la cocina y no había nadie, puse mi cara entre las manos como quién quiere espiar, entré de curioso y el pote de helado azul tenía tortas fritas nuevas. Tantié la pava, el agua estaba casi para mate asique esperé un rato acariciando al gato que me había saltado sobre la falda.
Supuse que Don Farías había salido al campo y que volvería con suerte a almorzar entonces decidí irme. No sabía si escribirle porque dudaba si él podría leer entonces en una servilleta de papel solamente puse GRACIAS grandote y en imprenta como para no causar problemas.

Arranqué el furgón, esperé como media hora a que con la calefacción los vidrios se desempañaran y salí despacito tanteando lomas para ver si volvía a cruzarme con el gaucho. Pero nada. Las montañas se abrían el sol me daba de frente entonces sabía que iba con un rumbo más o menos acertado. Según el mapa no debía de estar tan lejos de un poblado el tema era que como ya me había pasado muchas veces, esos poblados eran más bien parajes de 5 o 6 familias, sin despensa, sin nafta, sin ni siquiera un cartel que indicara dónde estaba.

En un momento ya después de un par de horas de marcha unos choiques comienzan a correr delante de mi por la huella que cada vez se volvía más indescifrable. Acelero un poco para saber a qué velocidad corrían. 20, 30, 35 kms/h y esos avestruces no aflojaban el tranco, sus patas largas, a los saltos, su cogote vacilante que anticipaba la dirección del bicho.
Nos íbamos divirtiendo, o al menos yo y en una de esas me avivo y se me ocurre tomarles una foto entonces extiendo el brazo para agarrar la cámara que estaba en la guantera, agacho la vista y en un segundo siento un golpe tremendo sobre el lado derecho que me hace frenar de repente aunque los avestruces no quieren seguir jugando ellos continúan corriendo y descubren que podían hacerlo fuera de la huella.

Me bajo. No quiero ver.
Le doy la vuelta por atrás al furgón y cuando miro veo la rueda delantera totalmente rota por haberme tragado una piedra enorme que estaba oculta detrás de un coirón.

No sabía bien que hacer, mis conocimientos en mecánica estaban muy lejos de poder reparar eso en el medio de la estepa patagónica. Tanteo el teléfono, no había señal. Miro el Google Maps, el poblado que pensé que era algo no había sido nada. Se llamaba Calcameu. El próximo, según el mapa estaba a, no sé, un día a pie. Según la hora había andado mas o menos dos horas en auto, a unos 30 por hora, estaba como a 60 kilómetros de lo de Don Farías por la huella y más que avestruces yo no había visto nada.
No tenía comida, sólo una lata de arvejas, un poco de condimento y dos tortas fritas que me tentaron del puesto. Calculaba que el agua me alcanzaría para dos días más.

Hice una cuadrícula grande en la arena con el dedo. Posibilidades en una columna, Pro en otra, Contras en la última.

Quedarme a esperar a que pase alguien era la primera opción.
El Pro: Que el que viniera por el camino necesariamente me ayudaría porque ya de por sí teníamos que mover el furgón para que otro auto pasara.
La Contra: según los rastros en la huella arenosa, el último auto había pasado hace varios días. Estimo que antes de la lluvia.

Otra alternativa era Caminar rumbo este siguiendo la huella:
Esto me tardaría con suerte todo el día. Supongo que para esos lados habría algo más importante que Calcameu porque la letra era mas negrita en el mapa. Pero no sé qué.
Alguien con vehículo? alguien más adoctorado en mecánica que yo? señal de teléfono? comida?
La contra era muy contra: Podía no haber nada, ni siquiera gente.

La última opción que atajé era caminar rumbo oeste hacia lo de Don Farías:
Él al menos tenía carne, papa, caballo y sabía que era bienvenido. Pero dudo que pudiera ayudarme a arreglar el furgón, o que me de alguna solución más o menos viable. Además no podría caminar 60 kilómetros por la huella, debería cortar camino por el campo y no sé si me veía capaz.

Me quedo quieto, en silencio. La mañana era serena. Me echo una meada y aparece una mosca aleteando haciendo volteretas, aburrida, no sabía a dónde va. Yo recuerdo a mi papá que en los viajes siempre decía. No importa donde estés siempre va a aparecer una mosca.

La mosca se va, deja el eco. Intento agudizar el oído, tratar de escuchar algo que no sea el pitido del silencio mirando sin mirar y veo un cerro puntudo. Bastante alto, bastante más alto que el resto de las montañas amesetadas.
Recuerdo a Don Farías y lo que me había comentado sobre la señal de teléfono, yo debo reconocer que nunca tuve un pensamiento pesimista cuando lo ví. Por ignorancia o inconsciencia intuía que ahí arriba cazaría señal y eso me permitiría dar aviso a no sé quién, no abandonar el furgón y no caminar todo el día.

Salí mocho para arriba, el terreno era arenoso, los pasos no rendían, tenía 12% de batería que había llegado a cargar en el viaje e iba pensando a quién llamar. Ya llevaba cerca de una hora de caminata y todavía no se me ocurría nadie.
Por ahí de distraído comienzo a tararear una canción de Los Chalchaleros, recuerdo que era la canción del programa de radio de los comunicados, y trato de recordar el número de teléfono. Me acordaba los primeros 4 números porque coincidían con mi fecha de cumpleaños 2105, es decir que me quedaban solo 99 posibilidades.
Llegué arriba, prendí el teléfono. Nada. Caminé un poco y por ahí en una de esas toma una línea de señal. Entonces marco 210512
“el cliente no corresponde a un abonado en servicio”
210513, no dió tono
210514 atiende un chico, me dice que no, que no es de ninguna radio. Le pregunto si tiene acceso a internet. Si puede buscar el número de Radio Nacional.
210532
Lo tenía.
Entonces pensé qué decir. Tenía que sonar campero, directo, corto, preciso, entendible, y, por sobre todas las cosas el mensaje tenía que tener en su interior una posible solución.
Mandar un mensaje de ayuda a la comunidad no sé si era efectivo, yo había notado que Don Farías estaba más interesado de a quién iba dirigido el mensaje que el contenido en sí.

Llamé.

“A Don Farías de Laguna Seca, que el señor Contín rompió su auto pasando Calcameu frente al cerro puntudo, se encuentra varado. Solicita que lo asista a la brevedad”

Yo supuse que si Don Farías no venía al menos alguien sabría que necesitaba ayuda.

Bajé del cerro casi corriendo y esperé, esperé y cuando se hicieron las 6 me imaginé miles de oídos escuchando el mensaje, gendarmería por ejemplo, enviando un camión con agua y comida.
Me imagine a el gomero del pueblo que tendría una camioneta y vendría por mí.
Me imagine a Don Farías. Quería imaginarlo viniendo y no me salía.
La tarde cayó, el sol se acurrucó entre cerros y mesetas, se puso cómodo, se fué a dormir.
Tenía hambre, no sabía si comer la segunda torta frita. Hacía cuentas y como temprano la primer ayuda podría llegar mañana al mediodía. Asique me las aguanté.

Ya estaba durmiendo. Y por ahí, escucho alguien que alza la voz.
“Há de por eso deando montao a caballo!”
Era Don Farías y su alazán.
Miro la hora, medio dormido, eran las once, hacía frío pero menos que la noche anterior. Después me dijo que esta noche era más cálida porque el cielo estaba tapado y no estaba helando. Aún así Don Farías vestía todo lo mismo del día anterior más un poncho de lana gruesa.
Me preguntó si había comido. Le negué con la cabeza.
Traje la cena dijo mostrando los dientes y los huecos al mismo tiempo y desató del recado un piche muerto que se vé que habría agarrado en el camino.

Hizo un pequeño fuego debajo de un alambre, colgó el piche y se hizo despacio. Era casi todo silencio salvo por alguna rama que se quejaba del calor. Él me enseñó a comer el animal y yo le ofrecí arvejas. Quedé impresionado por la habilidad para no quemarse los labios con la carne caliente y no cortarse con el cuchillo tan cerca de la boca al cortar y mientras masticaba el gaucho hacía bailar el arma en la mano. Todo con ritmo de mansedumbre. El sabor del piche era feo, bien feo, pero mas rico que el hambre.
Arrimamos al furgón poco después y le ofrecí hacerle un lugar adentro aunque no cabíamos los dos, pero por mi tono o por no querer incomodar me dijo que no. Buscó el reparo a un lado, extendió el cojinillo del recado, lo puso de colchón. con el resto hizo de almohada, con el poncho se tapó y ni el sombrero se quitó como para no perder calor. Luego cerró los ojos en la huella arenosa y antes que se durmiera abrí un hueco de la ventana y le pregunté

Por qué vino hoy Don?, Por qué no esperó a mañana?

Sin abrir los ojos me dijo
Nunca me habían dejado un comunicado.

COCHO CONTIN

Todas las palabras fotos y videos son de mi propiedad. Podés tomarlas si me avisás.

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